El brasero que hace honor a su nombre - Turismo y Patrimonio Geoparque de Granada

En uno de los pueblos que conforman el Valle del Zalabí me sorprendió recientemente una escena poco habitual hoy en día: una señora bastante mayor se encontraba a la puerta de su casa quemando unos troncos en un caldero; los golpeaba con una pinzas de las que se utilizan para atizar la lumbre y tenía al lado una palangana blanca en la que, presumiblemente, depositaría después las brasas resultantes para ponerlas bajo la mesa camilla y combatir el frío del duro invierno granadino. La imagen era tan poderosa que tuve que parar el coche unos metros más allá, en cuanto encontré un hueco, para regresar andando hasta esa escena que parecía sacada de otro tiempo. Allí descubrí a Concha, una mujer de rostro arrugado y sonrisa enorme que aceptó la petición de fotografiar su brasero, aunque prefirió no aparecer ella en la foto. Me contó que le encantaba todo lo tradicional y, para demostrármelo, entró en casa para volver a salir con dos grandes muñecas vestidas con ropa hecha a ganchillo por ella misma, así como con una toquilla y una coqueta bufanda de color azul que no dudó en regalarme. La vida no había sido fácil para ella, según me confesó en una de esas conversaciones profundas que a veces surgen entre dos personas desconocidas: había convivido durante años (¡nada menos que cincuenta!) con un maltratador que por suerte ya había fallecido. “Por eso hago todas estas cosas, para aprovechar el tiempo”. Me fui de allí con un calor reconfortante que nada tenían que ver ni con el brasero ni con la bufanda) y con una enorme sonrisa, reflejo de la de esta impresionante mujer que sigue prefiriendo sentarse a su mesa camilla para hacer ganchillo con un brasero de los de antes, de los que hacían honor a su nombre por estar hecho de brasas, en lugar de con uno de los eléctricos.